La casona antigua del Farero, transformada ahora en restaurante, desde una cresta ventosa que mira como el mar, empuja las olas con rizos blancos a la bahía de formas.
Frente, en la montaña, un viejo bunker tallado en el costado, cuenta leyendas de espíritus atrapados en sus galerías de gente que se suicida oyendo las voces del viento. Todo suena raro, pero destaca un halo de encanto y misterio.
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Avanzada la tarde y sin toque de cornetas, sube una caravana motorizada a festejar un rito. Una reunión de Caballeros Viejas Glorias. Mirando desde lejos, parecen hormigas negras en armonioso desfile laboral, no tienen prisa. Sus impolutas equipaciones, detonan un glamour fuera de cordura, posiblemente guerreros que veneran algún culto secreto de extraño contenido.
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Sus presencias en el concurrido lugar, despierta exclamación y todos los presentes se sienten afortunados por tanto glamour. Nadie entiende, que les ha traido allí. Por qué tanto caché visual. Una Señora da las gracias y busca respuestas. La Serena melodía de un dúo ameniza, entonces Candra, el Caballero del chaquetón Negro y sombrero de ala corta, les invita cortésmente a observar el desfile de despedida motorizado. Todo el restaurante sale a los ventosos corredores a aplaudir mientras la alfombra negra devuelve por el camino, un anecdótico pasaje en el Faro.
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Orilla de Sardina. 19,15 h.
El almirante Eladio, cabalga a Lomos de la Triumph "Bony" de Miguel. Esta vez su machacado tiempo, le regala un paseo de veterano de guerra. Un pasajero ilustre, cuyo destacamento avanza por los callejones dormidos de la carretera vieja, mientras los chiquillos gritan al paso de los caballos y Caballeros.
San Nicolás de Bari fué sosiego y calma, pastor de Cucañas y aparceros. Atrapado en calles desordenadas con su ermita blanca y simbólica de casas bajas, acompaña al casco histórico. Una parada de guaguas y dos mulatas hacen contraste de colores y el abandono urbano, simila un pasaje de la cuba Habanera.
Allí, a los pies del Santo italiano, descansaron los jinetes, reposaron los caballos, corrieron los chismes de los viandantes y husmearon las rendijas de las puertas de los vecinos..
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20,20 H. Cruce de los cuchillos.
Última danza motorista, para los sueños de la Gloria. Cruzar el desierto de los ecos, el pasaje de la Era del Cardón. A lo lejos, desde el desfiladero tras un rescate de rastreo, la visión que da la caravana luminosa en las faldas de la gran montaña del Teheral y los Barrancos del Caucil y los Letreros es una serpiente de luz que danza en la carretera, mientras juega con las sombras y los ecos. La esbelta figura del gigante Aguairo, señor de los Corralillos, mantiene cual fiel guardián la vigilancia de este extraño lugar de cañones atrapados, gargantas con Oasis de Palmeras escondidos en caprichosas formas y vergeles.
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20,30 H.. Señorío de Agüimes
Recuperados en desfile a las puertas de la Villa, ralentizamos el paso y entramos por los pasillos antiguos desfilando con elegancia, un paseo por los fueros páganos de San Sebastián. Junto al aplomo de la catedral, amenizamos como extraños en la noche una invasión pacífica de coherente danza motorizada.
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La gente admira la Caballería, los fastos de una noche de banquete, vino y pueblo, despiertan curiosidad, que es seguida de cerca por feligreses y viandantes .Allí delante del Museo de la Villa y en medio de una noche inmensa y estrellada, se escenifica una cena de gala, con el mesón de Casa Antòn, como anfitrión. Vivencias, risas y fiesta acompañan la mesa. Mientras un trío musical, cual tenores encantados por los misterios de la música, nos embelesa con folías y habaneras. Nos saca a bailar con boleros y Mariachis y dulcifican una noche inmensa de regalos compartidos. La Musa de la Elegancia para Soraya, con excelente glamour y estilo.
El reconocimiento al Caballero Viejas Glorias recae en la veteranìa del Almirante Eladio y la noche se hizo joven y auguramos